Spider-Man: Homecoming. Poder sin responsabilidad

Retomamos nuestro repaso por las reseñas del Daily Bugle: Edición Cine, saltándonos el orden cronológico de las anteriores entregas para aprovechar el reciente estreno de Spìder-Man: No way home, y recuperar nuestras primeras impresiones sobre el comienzo de su trilogía en Marvel Age #21 (septiembre de 2017):

“No necesitamos a tía May en la cocina”, sentenciaba en noviembre de 2013 el Presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, respecto al guión de The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro, en uno de los correos electrónicos filtrados durante el escándalo del “Sony Hack”. Que lo conjugara en primera persona revelaba un nivel de comunicación insospechado entre ambas productoras, así como la visión creativa del máximo responsable del, hasta entonces, inaccesible Universo Cinemático Marvel, sobre cómo adaptar al Trepamuros. La suma de ambos factores, más la decepción que conllevó aquel primer reinicio de la franquicia arácnida, que se quedó a medio camino de todo y no contentó a nadie, ha hecho posible Spider-Man Homecoming.

Un sueño que se ha hecho realidad poco más de tres años después de aquel e-mail, que sin embargo ha dividido a los aficionados arácnidos entre quienes le perdonan cualquier pecado a la adaptación definitiva de su héroe, y quienes lo consideran humillado o a sí mismos directamente excluidos del público al que se dirige la película, con el agravante de sentir igualmente como propio ambos bandos a Spidey. La crítica generalista la ha aclamado por el contrario unánimemente, mientras ha revertido por fin el imparable declive de la taquilla doméstica de toda la franquicia, que paradójicamente puede resultar insuficiente en sus cifras globales para garantizar que Sony ceda el control indefinidamente, a expensas del veredicto de Japón y China. Todo ello le pilla por supuesto muy lejos al público generalista, que sale del cine con la misma naturalidad con la que afrontamos los lectores tantas historias de transición en los cómics. Aventuras aparentemente menores, pero en las que es en realidad donde se desarrollan los personajes, y a través de las cuales respiran las aventuras mayores. Igual que agradecimos el divertimento de Ant-Man entre Los Vengadores: La Era de Ultrón y Capitán América: Civil War. Pero ese mérito del Universo Cinemático Marvel, a la hora de trasladar a la pantalla el mismo ritmo narrativo del cómic, se convierte en un riesgo mayúsculo cuando los mismos aficionados esperábamos anhelantes su “vuelta a casa” como un evento, porque nos han dado todo lo contrario.

Kevin Feige y Amy Pascal lo tienen claro: Spiderman es un culebrón.

 

Una contradicción que responde a dos necesidades contrapuestas: adaptar la escala cósmica de Los Héroes más Poderosos de la Tierra a la de nuestro amistoso vecino, Spiderman, y mitigar el desgaste de su segundo reinicio en cinco años. Prorrogar su licencia y dejarle descansar, no era aparentemente una opción. Cabe suponer que Sony no estaría dispuesta a dejar de exprimir a su superaraña de los huevos de oro, todavía hoy, el superhéroe más rentable de la historia del género, y la mayor franquicia del estudio; ni Marvel Studios querría desaprovechar la integridad que representa para su universo contar con su principal emblema en la gran apoteosis de La Guerra del Infinito. Quedaba una tercera vía, ratificada por las filtraciones del “Sony Hack” y que explica la anterior comunicación creativa durante la saga de Amazing: haberla integrado directamente en el Universo Cinemático. Si nos remontamos a febrero de 2015, cuando se anunció su acuerdo, personalmente apostaba por convertir la muerte de Gwen en el detonante de la Guerra Civil superheroica, Daily Bugle mediante, y dar al bando pro-Registro el golpe de mano de desenmascarar a su novio como Spiderman.  “Mi” Amazing 3 hubiera seguido los pasos de “De vuelta al negro”, con un Peter adulto en la clandestinidad, hasta traspasar finalmente las mallas al por entonces rumoreado Miles Morales. Fan fics aparte, Marvel y Sony barajaron realmente la carta de Miles, según ha conformado Tom Holland, pero fue el propio Andrew Garfield quien dinamitó tanto pública como privadamente cualquier posibilidad de seguir bajo la máscara, quizás, antes de que se la quitaran. Aún le duele como Verdadero Creyente, aunque seguramente no tanto por su espléndida carrera posterior, llorando en los memes ante el tráiler de Spider-Man: Homecoming mientras era nominado al Oscar.

La salida de Garfield puso una pizarra en blanco en manos Marvel Studios para presentar, contrarreloj, a Tom Holland como el nuevo Spiderman en Capitán América: Civil War. No obstante, la licencia sigue perteneciendo a Sony, que se lo ha cedido además, ¡gratuitamente!, para las próximas dos entregas de Los Vengadoras, a cambio de sendos cameos de personajes Cinemáticos en la secuela de Spider-Man: Homecoming en 2019 y presumiblemente su tercera parte. Comenzando por un siempre carismático y sorprendentemente dosificado Tony Stark (Robert Downey Jr.), que ya sabemos que no repetirá en la segunda entrega, siempre secundado por Happy Hogan (Jon Favreau) y el inesperado regreso de Pepper Pots (Gwyneth Paltrow), junto a un autoparódico Steve Rogers (Chris Evans). Queda aún la incógnita de si también se integrarán o no en el Universo Cinemático los spin-offs arácnidos que prepara en principio individualmente Sony. Pero un universo compartido es algo más que un intercambio de cruces promocionales. Precisa de una dirección creativa única, para lo cual Spider-Man: Homecoming ha introducido una suerte de inédita licencia inversa, corriendo su financiación, propiedad y explotación por parte de su licenciataria, pero devolviéndole un gran porcentaje del control creativo a su licenciadora. Aun así, la expresidenta de Sony Pictures, Amy Pascal, ha influido como coproductora, junto a Kevin Feige por parte de Marvel Studios, en decisiones clave como la elección del director y del protagonista o el desarrollo del guión. Pero su realización, y tras su visionado, su espíritu, son netamente Cinemáticos. Con la salvedad de lo que quizá no veamos, pues Sony se reservó el borrador de dicha pizarra, ubicando el rodaje en el emplazamiento habitual de Marvel Studios, los estudios Pinewood de Atlanta, pero reservándose la edición para las oficinas de Sony en Culver. No ha trascendido en cualquier caso ningún desencuentro, descartando concretamente el director, Jon Watts, que los planos ausentes del primer tráiler respondan a ningún veto a posteriori en la sala de montaje, sino que se prepararon ex profeso para el avance. Lo que es igualmente significativo de lo ajustado de los plazos.

Watts y Holland fueron anunciados simultáneamente como director y protagonista en junio de 2015, y se montaron literalmente en marcha en el tren de Capitán América: Civil War. Hasta el punto de rodar Holland sus escenas con un mono de captura de movimientos, antes de completar el diseño del traje, añadirlo después digitalmente, y recrearlo ahora físicamente a partir de aquél. Watts relata por su parte cómo asistió al rodaje “entre las sombras, mirando por encima del hombro de los hermanos Russo”. No tanto por lo que pudiera aportar a la presentación del que iba a ser su personaje, sino al contrario, “para tomar ideas de aquí y de allí, ver lo que estaban haciendo y hacia donde teníamos que ir”. La cruz de la dirección única de los universos compartidos, es efectivamente el límite que representa para la libertad creativa, y más con un icono del calibre de Spiderman y bajo la presión de los equilibrios de su licencia. Pero eso no asfixia necesariamente cualquier resto de autoría, como a menudo se le critica a la “fórmula Marvel”, sino que la inserta en un engranaje mayor. La función del director se ve efectivamente disminuida por cuanto es el estudio quien determina previamente los márgenes del proyecto. Pero no te vas a un festival de cine independiente como Sundance a buscar un impersonal artesano, como se describe comúnmente a los directores marvelianos, ni le confías un proyecto tan capital a un desconocido sin experiencia en superproducciones, sino es porque Feige identificó en él una sintonía muy específica con su visión de Spiderman, como antes en James Gunn, Joss Whedon o los hermanos Russo.  Igualmente, se suelen señalar los hasta seis guionistas acreditados como muestra de un producto prefabricado, pero obviando que Watts es uno de ellos. Y el director no intervino en el cásting de Holland, llegando ambos al mismo tiempo, pero las dos decisiones guardan una coherencia creativa.

La piedra angular de todo el proyecto era buscar qué no se había explorado hasta ahora en las anteriores versiones de Spiderman. La respuesta fue volver irónicamente por tercera vez al instituto. Un eterno retorno al statu quo aún más exagerado que el del cómic, condenado a un limbo juvenil, en el que el contexto escolar sirve únicamente como ancla del segmento de origen. La novedad de Spider-Man: Homecoming es comprometerse realmente con la promesa de crecimiento que implica el instituto. De ahí que Tom Holland sea el primer actor joven que interpreta a Peter Parker, fuera de los flashbacks infantiles de Amazing. Y que el minúsculo thriller que Watts llevó a Sundance, Coche policial, estuviera tan convincentemente protagonizado por dos adolescentes. Además de estar ambientada en los ochenta, pronunciando Watts en su primera conversación con Feige las dos palabras mágicas que el productor quería oír: John Hughes.

Con toda la reacción que ha despertado la polémica multicultural y el retrato escolar contemporáneo, los acordes de The English Beat o The Ramones delatan que el Spiderman millennial lleva realmente un carroza dentro. Watts se ocupó ya del cásting escolar, destacando que Jacob Batalon, Ned, aunque el propio Brian Michael Bendis lo haya comparado con Ganke, sea un actor debutante. Antes de empezar a rodar les facilitó a sus jóvenes actores un montón de cintas clásicas del cine Teen como El Club de los Cinco o Todo en un día, ambas homenajeadas en Homecoming. Otra cosa es que la saga debiera salirse de los caminos ya transitados para poder presentarse como un primer capítulo en lugar del sexto, y resultar reconocible para una nueva generación que aspira a que crezca con estos personajes, como nosotros lo hicimos con los cómics. La solución de compromiso, adjudicarles los nombres de pila de los personajes clásicos que quedaban libres, o modernizar los reincidentes cuyo regreso era inexcusable, como Flash (Tony Revolory) o May (Marisa Tomey), lejos de ganarse al lector ha resultado muy contraproducente, a no ser que apunte hacia su futuro desarrollo, mientras que el público generalista ignora dichas referencias, ojalá pueda servirles al menos de puente hacia los cómics. Pero su fondo es mucho más cercano a Marty McFly que a Hanna Montana. Personalmente me he creído su textura cotidiana, aunque el tono de comedia escolar pueda quedar muy lejos de algunas expectativas. Destacar por aterradoramente creíble y por su muy efectivo giro de guión la reinvención del Buitre de Michael Keaton, aunque debo reconocer que cuando salí de la película me asaltó una enorme nostalgia no sólo de la fuerza narrativa, sino de la magia comiquera, de Sam Raimi.

Lo verdaderamente importante, a presente y sobre todo a futuro, es que Tom Holland es Spiderman, tanto por sus habilidades acrobáticas como por la absoluta honestidad de su interpretación. Desbanca instantáneamente a sus predecesores, si es que no lo hizo ya en Civil War. Pero su adaptación es al mismo tiempo la más problemática. Hay un límite de veces que puedes matar al tío Ben, especialmente tan seguidas. Pero una cosa es no mostrar de nuevo el origen y otra darle la espalda. Se da por asumido, pero sólo si interpretamos las alusiones al mismo en base a la historia que conocemos. Tenemos que intuir, por ejemplo, que Peter se siente responsable por haber dejado escapar al ladrón, porque en Civil War asumía como propia la culpa por todo lo malo que ocurra si no usas tus talentos. Pero ese dolor en Homecoming parece trasladarse exclusivamente a May, liberando a un Peter de la oscuridad de Steve Ditko para abrazar la luminosidad de John Romita. La responsabilidad está presente en los sacrificios que debe afrontar para compaginar la vida civil y la superheroica en especial el amoroso. Un conflicto probablemente mucho más reconocible para el público e igual de sustancial en el cómic, pero que en el fondo se salta su base. No basta reírse de la inexperiencia del héroe para que sea una película de orígenes.

Antes de la responsabilidad…

 

Otras versiones, por lo general marcadamente infantiles, han contradicho abiertamente la intervención de Peter en la muerte de Ben. Homecoming también rebaja el desenlace y en general la violencia para ampliar asimismo lo más posible su espectro de público. Dando la bienvenida a esa potencial nueva generación de espectadores, es importante que la saga crezca con ellos, y dada la conversación que claramente promete su final, esa ambigüedad no parece ir a mantenerse por mucho más tiempo. Es incluso posible que sólo se esté retrasando el drama. Existía una escena en el guión, finalmente no rodada, en la que Peter veía como May salvaba a una niña, que podría apuntar a que ella sea su ejemplo moral, más que la ausencia de Ben, o este Tony Stark en busca de legado. Significaría ralentizar el origen en lugar de acelerarlo, que estemos aún en el preámbulo y el Spiderman de YouTube sea aún el que quería convertirse en una estrella de la televisión, y aún pueda tener por delante la lección más dura de su vida.

Daiy Bugle, Fundación Baxter, Oscorp o Fisk ¿de quién es La Torre de Los Vengadores?

 

Una combinación en definitiva orgánica, pero también muy libre, de múltiples etapas y versiones de Spiderman, desde Romita a Spider-Man Loves Mary-Jane, pasando por sus dos ultimatizaciones y disponiendo el tablero completo del Universo Marvel, y mirando sobre todo adelante. No es la suma de todos ellos, sino sólo un primer paso, y su peor enemigo puede ser la expectativa de su versión ya completa. Éste es aún el héroe de Queens, el superhéroe en prácticas. Manhattan, como el sentido arácnido, tendrán que esperar.

Pete, tenemos que hablar

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