Blade II: El laboratorio de los monstruos

Novena entrega de nuestro repaso cronológico por las reseñas del Daily Bugle: Edición Cine, en la que recuperamos y actualizamos la sección publicada originalmente en Marvel Age #32 (agosto de 2018):

La inédita coincidencia, con apenas un mes de diferencia, de Blade II y Spider-Man en la cartelera de 2002, evidenciaba ya cuánto había cambiado todo para Marvel. Pero sólo le correspondería oficializarlo al Trepamuros. La conexión editorial del Dhampiro no era tan evidente para el gran público, pese a haber catalizado su renacer cinematográfico, y figuraba más como el precursor del aún nuevo canon de acción Matrix, y su combinación con la ambientación de terror, igualmente vigente un mes después del arranque de Resident Evil. Colmillos, gafas de sol, cuero negro, música tecno y patadas voladoras, todo lo que estaba de moda estaba en Blade.

Orgullo de padre.

En el extremo contrario, Guillermo del Toro ultimaba en España la mucho más sobria El Espinazo del Diablo, tras desechar dirigir precisamente la primera Blade. Pero también había tanteado al Doctor Extraño junto a nada menos que Neil Gaiman, por no entrar en los ecos a Paracuellos y la participación de Carlos Giménez en el Espinazo. El cómic definitivamente no era el problema, sino su indiferencia hacia lo que pudiera estar de moda, y que en el caso de Blade se posicionara directamente del lado de los vampiros. Y sin embargo, su teléfono volvió a sonar después de que el director de la primera Blade, Stephen Norrington, desistiera de dirigir su secuela en favor (es un decir) de La Liga de los Hombres Extraordinarios. Y esta vez Del Toro sí aceptó la oferta. Puede sorprender que un cineasta con una personalidad tan definida consintiera en adoptar una narrativa y un personaje tan ajenos, pero aún se estaba abriendo camino en el mercado americano, en el que todavía pesaba más su experiencia previa en efectos especiales y maquillaje (compartida por cierto por Norrington), y sobre todo, el proyecto representaba la tarjeta de presentación que necesitaba para aspirar a adaptar su anhelada Hellboy.

El Chico del Infierno asoma en multitud de diseños descartados que pasarían directamente de una película a otra, además de las gafas-diafragma de los trajes UV de los vampiros que después heredaría Abe Sapiens o la camiseta de la Unidad de Defensa e Investigación Paranormal que luce Scud (Norman Reedus) y que su mismísimo creador, Mike Mignola, se ocupara de los story boards. Y Del Toro aprovechó para testar todo un arsenal de nuevas técnicas, al punto de filmar la película con una sola unidad de rodaje para supervisar personalmente todo el proceso. Aunque como corresponde a dicha experimentalidad con muy irregulares resultados, cayendo especialmente en cierto exhibicionismo digital, brillando por contra los maquillajes prostéticos de Steve Johnson, artífice más adelante de los tentáculos del Doctor Octopus, y David White, que también nos traería la máscara de Cráneo Rojo y sería nominado al Oscar por Guardianes de la Galaxia.

También resultará muy familiar a los lectores Marvel el nombre de Timothy  Bradstreet, portadista del Punisher de Garth Ennis y que ya incorporara la estética y hasta el personaje de Whistler de la primera entrega a las cubiertas de Blade: Max. Pero aquí apela mucho más a su propio trabajo en el juego de rol “Vampiro: La mascarada” para los disños conceptuales de la Banda Sangrienta.

Aún siendo la única cinta de toda su filmografía en cuya escritura no participó en absoluto Guillermo del Toro, hay que reconocerle al guionista, David S. Goyer, que al igual que el director adaptó su realización a la saga, ésta incorporó a su vez muchas de sus constantes argumentales, sin perjudicar su coherencia. Del Toro básicamente invierte la cadena alimenticia en todas sus películas, para situar al hombre como presa en vez de depredador, como precio por pretender superar sus límites naturales, ya sea el tiempo en Cronos, la enfermedad en Mimic o la luz solar para los vampiros de Blade 2, que reemplazan casi completamente al hombre. Más sutilmente, Goyer reformula el vampirismo como un “arbovirus”, es decir, un patógeno transmitido por un artrópodo, que bien podría ser el escarabajo de Cronos. Los insectos representan para Del Toro el triunfo final de la naturaleza, desmitificando los dioses vampiro de la primera parte en favor de una nueva superespecie vampírica científicamente inducida, que por supuesto se vuelve contra sus creadores. Inicialmente iban a utilizar a Morbius, pero fue vetado por Marvel para poder explotarlo independientemente, como veremos inminentemente en la franquicia arácnida, aunque alejara a Blade II del cómic. A cambio, Guillermo del Toro introdujo toda una nueva raza que venía rumiando hace nada menos que treinta años y representa un considerable aunque sobrevenido aporte autoral a una obra supuestamente de estudio.

Concepto original de los Segadores, por Guillermo del Toro, y diseño final de Constantine Sekeris

 

Los Segadores plasman su fascinación desde niño por la anatomía y biología vampíricas, que tuvo ocasión de desarrollar en Cronos y concretar para su fallido proyecto de adaptación de Soy Leyenda. Su apariencia remite al Nosferatu clásico, hasta que despliegan sus aterradoras mandíbulas de Depredador para lanzar el garfio de una lengua infecciosa como Alien, bebiendo directamente de los grandes creadores de monstruos cinematográficos como a Murnau, George A. Romero, Stan Winston y H.R. Giger, y presentan conforme a la amalgama de Richard Matheson, una ferocidad, grupalidad y capacidad de contagio más cercanas al zombi, el año de su definitivo asalto al blockbuster con Resident Evil y 28 días después. Conocedor de que se trataba de una nueva idea en un campo absolutamente trillado, Del Toro se negaba a entregar siquiera los diseños que mostraba en las reuniones, precediendo efectivamente en su concepción a los Turok-Hans de Buffy, Cazavampiros y un largo etcétera de mandíbulas partidas y tentáculos infográficos desde entonces, además de servirle de borrador al propio Del Toro para Nocturna.

Santiago Segura, primer actor español en aparecer en una adaptación Marvel

 

Warner rechazó aquella primigenia Soy Leyenda porque Guillermo del Toro se negó a que la protagonizara Arnold Swarzenegger, convencido de que para sus vampiros el verdadero monstruo debía ser el hombre medio, y lo mismo vale para Blade. Ni siquiera trató de indicarle nada a Wesley Snipes, porque confiesa no lo entiende en absoluto. Pero al parecer tampoco Goyer, porque no evoluciona, ni casi reacciona, y aunque a Snipes pueda bastarle con su pose impertérrita para sostener el icono, no puede decirse lo mismo del argumento.

 ¿Quién es el verdadero protagonista?

 

Apenas el líder de los Segadores, Nomak, merece ser llamado personaje. O al menos el ensayo de uno, concretamente el príncipe Nuada de Hellboy 2, que interpretara  el mismo Luke Goss. Pero su verdadero anatagonista no es Blade sino el jerarca vampiro Damaskinos, al que da vida uno de los grandes malvados del cine alemán, Thomas Kretschmann, abundando en la otra gran constante paterno filial del cine de Del Toro. Dos potentes presentaciones que se diluyen sin embargo en peleas de videojuego, como toda aportación del supuesto protagonista. Tratan de arropar a Blade un resucitado Whistler que valía más muerto, su nuevo miniyo, Scud, nada más que para justificar un giro de guión y La Banda Sangrienta para de darle la réplica y servir de carne de cañón para los Segadores. Aunque como en buena película de Guillermo del Toro, siempre mola tener a Ron Perlman haciendo de Ron Perlman, y debo reconocer que la bellísima despedida de Nyssa (Leonor Varela) me coge siempre con la guardia baja. Tan efectiva, en definitiva, como rutinaria, pero insospechadamente influyente, y en sus valores de producción aún imbatida en su subgénero, mientras la inminente Morbius o el nuevo Blade no digan lo contrario. Aunque en lo narrativo, de vuelta a 2002, la revolución que estaba a punto de llegar a los superhéroes aún tendría que esperar para los vampiros.

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