Ant-Man y La Avispa (2018): Los Héroes más Diminutos de La Tierra

Con ocasión del estreno de Ant-Man y La Avispa: Quantumania, mañana viernes, recuperamos nuestras reseña de su primera entrega, y hoy continuamos con el Daily Bugle: Edición Cine de la segunda, publicada originalmente en Marvel Age #33 (septiembre de 2018):

“Ya iba siendo hora”, remataba Hope la escena postcréditos de la primera Ant-Man, al presentarle Hank Pym el prototipo de su traje de Avispa, en el que “su madre y él habían estado trabajando para ella”. Y las promesas están para cumplirlas, matizando en estos tiempos de representación y empoderamiento, que más allá del hito de ser la primera superheroina en compartir la cabecera de una película Marvel, para sorpresa de la propia Evangeline Lilly, y eclipsar incluso a su cotitular, Ant-Man, en cuanto a acción superheroica, el protagonista absoluto siga siendo indiscutiblemente Scott Lang, con la bata de andar por casa como verdadero uniforme. Pero que se le adelantara como legatario de las partículas Pym fue circunstancial, al quebrarse la familia PymVan Dyne tras la desaparición de Janet, marcando precisamente el punto de inflexión que Scott abriera accidentalmente la posibilidad de su regreso, sirviendo además de enganche directo para su continuación.

 Tras esquivar las maquetas gigantes en Ant-Man, el laboratorio de Hank Pym se está convirtiendo exactamente en una.

Ant-Man y La Avispa se suma, así, a la reciente linealidad de las secuelas de Deadpool o Guardianes de la Galaxia, en un género que parecía cada vez más dominado por la interconectividad, reforzando tal vez la comedia las identidades individuales de dichas franquicias. Pese a lo cual, se antepone el paso de Scott por Capitán América: Civil War, en la que involucró asimismo a Hank y Hope al llevarse su tecnología al crossover. La intención, sin embargo, era que La Avispa hubiera debutado en Civil War, mientras que el director de ambas entregas de Ant-Man, Peyton Reed, trató de reservarse por el contrario la presentación del Hombre Gigante. Le quitara la plaza a última hora Spiderman, o decidieran según la versión oficial que merecía más espacio para presentarse en su propia película, la misma Hope deja abierta la puerta en la película a lo distintas que habrían podido ser las cosas, confirmándose una vez más la adaptabilidad del Universo Cinemático. Pero más que para afianzar el escenario de los Acuerdos de Sokovia o necesitar más excusa que una línea de guión para alejarlos de la Guerra del Infinito, el arresto domiciliario de Scott y la fuga de Hank y Hope se aprovechan para añadir más trasfondo entre ellos, al tiempo que se devuelve a Scott a sus raíces carcelarias y se profundiza en las familiares (el mismo caso, a la espera de Los Vengadores 4, de Clint Barton), y se interponen unos cuantos agentes en la verdadera única trama de la búsqueda de Janet. Nos quedamos, eso sí, sin la versión “jukebox” de Luis de la batalla del aeropuerto, para mantener la película lo más autocontenida posible, al igual que sin algún flashback más a los años ochenta, que también estaría previsto y llegó a rodarse, aunque sea imposible no fantasear con que consigan abaratar lo suficiente los asombrosos lifting digitales para que lleguemos a ver a La Avispa y el Hombre Hormiga originales en su propio spin-off.

El ineludible paso de los 6 a los 9 años de Abby Ryder (Cassie Lang), y la promesa del tiempo lineal y una nueva generación en el cine.

 

Payton Reed va incluso más allá, liberándose de la rebeldía del defenestrado Edgar Wright para mirarse en el no menos provocador reflejo del Hollywood clásico, o más concretamente en su locas reinterpretaciones de los setenta y ochenta. El descacharrante Jimmy Woo (Randall Park) es sólo la primera barrera de una carrera de obstáculos con ritmo de screwball, sin necesidad de trasladar su ambientación a la década de los sesenta, como planteara hace quince años para Los Cuatro Fantásticos, sino incorporando todos sus códigos a la actualidad: la lucha de sexos, expresamente la química romántica entre Barbara Streisand y Ryan O’Neal en ¿Qué me pasa, Doctor? (1972), así como su alocada persecución por las mismas calles de San Francisco; el hombre ordinario que sólo trata de hacer lo correcto, pero no para de enredarse en una espiral de complicaciones de Jo, qué noche (1985); el thriller autoparódico pero conmovedor de Huida a medianoche (1988); la comedia de acción física de Buster Keaton… ingredientes que difícilmente se llevarían por separado con la épica superheroica, pero que encuentran en el juego de escalas la excusa perfecta para forzar una ambientación cotidiana que funciona como su propia esquina familiar y luminosa, ridícula si se quiere pero inevitablemente querible del Universo Marvel.

Fantasma y Sonny Burch provienen del entorno de Iron Man, pero al menos han vinculado a Ava con Elihas Starr (Cabeza de Huevo) y Goliat.

 

Mirando además de vuelta al cómic, en un diálogo explícito con el Hombre Hormiga de Nick Spencer, que miraba a la primera película pero ha acabado influyendo a la secuela, mientras evoca la pérdida de la inocencia de La Edad de Plata y promete descaradamente que la recuperará Estatura, o actualmente Nadia Pym. O asienta las realidades alternativas y vórtices temporales que ya nos prometiera el Doctor Extraño, en la fantasía “cuántica” del Microverso.

Lo que no significa que no tenga sus propios problemas: el principal, supeditar la historia a su propia fórmula. Todo vale para añadir un gag o acelerar el siguiente giro, aún a costa de reducir a menudo a sus personajes a excusas argumentales, fiándolo todo al carisma de un reparto irreprochable pero sustancialmente vacío. Especialmente imperdonable por su dimensión en el cómic y por la deuda que tenía con ella el Universo Cinemático, en el caso de Janet Van Dyne, que finalmente se queda en una solamente bienintencionada Michelle Pfeiffer. Claro que lo mismo podría decirse de Michael Douglas, que por el contrario, saca oro de su química con Paul Rudd, mientras que a Evangeline Lilly le basta con su esfuerzo físico. Todo el esfuerzo en desarrollar a Fantasma, para conectar sus poderes al Mundo Cuántico y tratar de dotarle de un mayor relieve emocional, sigue siendo una elección meramente funcional, y conduciendo a un descarado deus ex machina para justificarlo. Lo mejor, de nuevo, el humor de los secundarios, aunque hallazgos como Woo o los matones de Sonny Burch, acertando de lleno a cuándo continuar un gag, no alcanzan a ocultar que se está tirando del mismo hilo de la primera parte.

Un viaje alucinante.

 

Al final, una secuela está obligada a crecer o reorientarse. Pero Ant-Man, precisamente, no podía aumentar su escala sin desnaturalizarse. Sí se ha desarrollado visualmente, aprovechando el espacio que le ha ahorrado Civil War al presentar al Hombre Gigante para llevar mucho más allá el juego del cambio de tamaños. Pero se ha contentado en definitiva con profundizar en sus aciertos, optando por una muy efectiva autoconsciencia, que necesitará reinventarse si aspira a culminar su tercera parte o a servir para más que de refresco veraniego tras los grandes eventos vengadores. Aunque subrayando tanto su nivel familiar, más bien sospecho que lo que de verdad le sigue interesando a Peyton Reed es estar en primera fila cuando la verdadera Primera Familia emerja de su propio Túnel Cuántico.

 

Compartir