Deadpool 2: La fuerza de la X
Continuamos celebrando el estreno de Deadpool y Lobezno, mientras editamos su próximo podcast, con nuestro repaso en esta ocasión a la reseña de su segunda entrega en el Daily Bugle: Edición Cine, publicada originalmente el Marvel Age #31 (julio de 2018):
Dos años después de su inesperado éxito, corroboramos, no sin cierto alivio, que Deadpool no ha propiciado un nuevo grim & gritty sino que ha diversificado definitivamente el género superheroico. Pero a cambio, ha atado al Mercenario Bocazas a su propia fórmula. Lo que no es necesariamente malo, colmando la primera entrega las expectativas del seguidor de Masacre; pero contrasta con la mayor evolución de las continuaciones transversales del Universo Cinemático Marvel y los más autónomos episodios de la franquicia mutante. En parte, por incomparecencia de unas precuelas-X que estaban llamadas a ser su primera verdadera saga, pero que el Fénix tendrá que hacer honor a su nombre para poder remontar. Podría parecer que demasiado tarde, a juzgar por su incierto horizonte corporativo, pero el mayor estreno global de ninguna producción de Fox es su mejor garantía de futuro. La sombra de su predecesora relativiza esos mismos números y se cierne como una comparativa ineludible durante todo su visionado, pero le sirve también de aval para que sólo tenga que preocuparse del presente.
La cinta original funcionó en gran parte, por el contrario, gracias a olvidarse de su franquicia. Una contradicción a la que ya apuntaba su director, Tim Miller, cuando aún estaba vinculado a la secuela: “el mundo de Deadpool no necesita volverse más grande, sino contar una historia orgánica al personaje”, despachándose tras su salida con un rotundo “no quería hacer ninguna película estilizada que superara en tres veces el presupuesto de la anterior”. Descartada la limitación comercial de la calificación “R”, el coste de la secuela ha ascendido efectivamente de los 58 millones de dólares de la primera película a entre 110 y 150 millones, según las estimaciones. Pero la verdadera sorpresa es que dichas tensiones se remontarían a la sala de montaje de la primera parte, y no surgieron con el estudio sino con el productor, protagonista y ahora también coguionista, Ryan Reynolds. Tras renegociar su contrato habría adquirido además control sobre el reparto, igualando el peso de Hugh Jackman sobre la franquicia de Lobezno, en detrimento del director. Pero si se trata de conocer y comprometerse con el personaje, Reynolds no sólo es la razón de ser de la saga, sino que simplemente se ha fusionado con Masacre. Puede faltarle mercenario y sobrarle héroe para ser el del cómic, pero ya está ahí Gerry Duggan para acercarlos, como demostración de que lo ha hecho definitivamente suyo. Asimismo se mantienen los guionistas y segundo pilar del proyecto desde nada menos que 2009, Rhet Reese y Paul Wernick, reivindicando que gran parte de la historia se originó durante el primer rodaje. Y ciertamente, cuesta imaginar en qué se hubiera distanciado la secuela de Tim Miller.
Comenzando por la corta trayectoria como director de su sucesor, David Leitch (John Wick, junto a su socio Chad Stahelski, y Atómica), quien comparte con el debutante Miller de hace dos años una carrera mucho mayor en labores técnicas. Incluidas en ambos casos algunas adaptaciones de Marvel Miller a través de su compañía de efectos visuales, Blur Studio (The Amazing Spider-Man 2, Thor: El Mundo Oscuro); y Leitch de su escuela de especialistas, devenida en productora, 87Eleven, como coordinador de acción de X-Men Orígenes: Lobezno, o antes como doble especialista de Daredevil. Amén de dirigir los dos, respectivamente, las segundas unidades de Thor: El Mundo Oscuro y de Lobezno: Inmortal y Capitán América: Civil War. De hecho, si creías que los cameos de Brad Pitt y Matt Damon responden al ascenso de la franquicia, en realidad provienen de la agenda de Leitch, que fue doble de ambos. Hasta el punto de que una de las mayores estrellas del mundo, como Pitt, cobró el mínimo del convenio más un café, con la única condición de que se lo sirviera personalmente Reynolds. Llegan junto a Leitch algunos de sus colaboradores como el supervisor de efectos visuales, Don Glass, con quien trabajó como especialista en la trilogía de Matrix y al frente de la segunda unidad de V de Vendetta y El destino de Júpiter; los directores de fotografía y de producción de Atómica, Jonathan Sela y David Scheunemann; o su compañero desde la escuela de artes marciales, el coordinador de dobles, Jonathan Eusebio, recordándonos tras el desafortunado fallecimiento durante la grabación de la especialista Joi Harris el valor de su trabajo. Pese a las expectativas, cualquier evolución en cuanto a la realización es fundamentalmente la presupuestaria, si bien, la ausencia de un mayor sustrato autoral no responde a ninguna imposición industrial sino a la fidelidad de ambas entregas al espíritu festivo de Masacre, aunque esperamos más de la personalidad de Drew Goddard en la futura X-Force.
El gag, constante, sin miedo a cortar ningún clímax y nada domesticado, es la prioridad absoluta, en la confianza de que la fórmula funciona. Pero no es tan fácil de catalogar como parece. Puede compartir el marketing de guerrilla y el gusto por los cameos de un Torrente superheroico, pero no es por ello una spoof movie a lo “Masácralo como puedas”, porque la ruptura de la cuarta pared es antes argumental que narrativa, transponiendo la autoconsciencia del cómic a la gramática cinematográfica, y elevando el juego de montaje de la cinta original hasta la misma secuenciación de la escena, introduciendo al público en la película en vez de sacar a los actores de ella. Por más invulnerable y alocado que sea Masacre, tampoco es un slapstick, porque el dolor le deja huella, en parte como motor del siguiente chiste y acusando cierto choque de tonos en los escasos momentos en que intenta bajarse de la montaña rusa, pero manteniendo la sinceridad del personaje gracias a un Ryan Reynolds capaz de combinar como pocos acción, drama y comedia en un mismo plano, nominación al Globo de Oro por la primera película incluida. Y aunque dinamite los convencionalismos del género, desde el club pijo que siempre fue La Patrulla-X a exterminar cual Peter Milligan a X-Force, le falta el cinismo de un Kick-Ass o el descarnado realismo de un Súper para ser una parodia, porque muy en el fondo trata de restaurarlo.
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Celebrando el regreso de los secundarios originales a una saga que siempre ha pecado de desechable, la clave para ampliar a la vez su mundo y que siga sintiéndose como una película pequeña y centrada, es que las nuevas incorporaciones complementen a Masacre. Con tres y cuatro películas en los contratos de Josh Brolin y Zazie Beetz, y mucho carisma desde ésta, no necesitan más que apuntar los orígenes de Cable y Domino para el futuro, pero no están aquí para construir aún nada sino sólo agitar el escenario y darle la réplica a un Ryan Reynolds demasiado solo en la primera parte. Los tres comparten origen en el tránsito de Los Nuevos Mutantes a X-Force, pero mira más al juego de opuestos del team-up de Fabian Nicieza, con Domino como contrapunto de ambos. El humor es el salvoconducto para superar además el tan demandado cosplay, véase la dimensión que añade Puños de Fuego al desarrollo vital de Masacre, por irreconocible que resulte Julian Dennison como el Rusty de Factor-X. Trascendiendo de paso los cánones superheroicos y hasta el cliché del supervillano, por predecible que resulte el giro de Cable para encubrirlo y aunque Mister Siniestro lleve haciéndose rogar demasiado tiempo. Una trama más armada que la anécdota de origen de la primera parte, puede que innecesariamente, acusando cierto choque de tonos en los escasos momentos en que intenta bajarse de la montaña rusa. Pero Masacre ya no está solo. Buscaba una franquicia, y ha encontrado una familia.
- 4 ago. 2024
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