Hijos de los mutantes

Continuamos celebrando el estreno de Deadpool y Lobezno, mientras editamos su próximo podcast, con nuestro repaso en esta ocasión a la reseña de su segunda entrega en el Daily Bugle: Edición Cine, publicada originalmente el Marvel Age #31 (julio de 2018):

Hay heridas que nunca cicatrizan, y cicatrices que nunca dejan de sangrar.

 

Ya lo avisábamos hace un año: Masacre lo ha cambiado todo. Irónicamente, le ha correspondido a su supuesto ascendente, Lobezno, certificar si exportando su provocación como nueva fórmula, o reivindicando su hasta ahora domesticada esencia. Un doble eje de fidelidad y autoría, cuyas coordenadas dividen sorprendentemente más a la crítica especializada que a la generalista, entre quienes tratan a Logan de revolucionaria o de cinta menor, y para quienes se alza como su adaptación definitiva o ni siquiera le reconocen. 

No es, desde luego, una película de estudio. Pero le debe esa autonomía, antes que a Deadpool, a la condición de estrella y productor de sus películas individuales de Hugh Jackman. Destacando que ya eligiera inicialmente como director de Lobezno inmortal al muy independiente Darren Arofnoski, con quien ya había trabajado en La fuente de la vida, y después como su sustituto a un artesano como James Mangold, con quien también había coincidido en Kate & Leopold, y que repite ahora en Logan, coescribiéndola además junto al guionista de aquella, Scott Frank. Hasta repite Marco Bertani al frente de la banda sonora. Y sin embargo costaría nombrar dos versiones tan alejadas de un mismo personaje, que es tanto como decir que han podido hacer ahora lo que no les dejaron entonces. Y ahí es donde se notan el progresivo peso como actor que ha ido ganado Jackman fuera de la saga, una independencia que seguro que echó mucho de menos Gavin Hood en X-Men. Orígenes: Lobezno, y su compromiso de hacerle justicia en su despedida al personaje más importante de su carrera; así como el nuevo espacio conquistado por Masacre. Siendo justos, se trata del último proyecto de la franquicia concebido antes del fenómeno Deadpool, pero sí que fue después cuando el estudio aceptó su planteamiento. Parte de ese espacio lo cedió la propia franquicia madre de La Patrulla-X, condicionando hace seis años el plan de rodaje de X-men: Días del Futuro Pasado, que Mangold tuviera que subirse en marcha a Lobezno inmortal, sin tiempo de hacerla suya tras la salida de Arofnoski. Pero cuando Logan fue igualmente concebida en torno a X-Men: Apocalipsis, esta vez Jackman logró seis meses extra para rematar su guión, aun afectando a otras películas de la productora, lo que a la postre le permitiría subirse a la ola de Deadpool. Amén de descartar al villano anunciado en Apocalipsis, Mr. Siniestro, pese a mantener su mismo nexo argumental, pero definitivamente no su tono. 

¿No queríais ver los trajes del cómic? (Aunque recreados por Joe Quesada y Dan Panosian, por carecer Fox de sus derechos de reproducción)

 

Jackman se recortó su propia nómina, consecuentemente a la reducción del volumen de producción para ajustarse a la calificación "R", hasta los definitivos 93 millones de dólares de presupuesto. 27 y 57 millones menos que sus predecesoras, pero todavía casi el doble de los 58 de Deadpool. Pero no es la violencia lo que hace adulta a Logan. Está ahí por coherencia (por fin) con el personaje, para dinamizar la narración y para marcar las distancias con los tópicos del género, pero no es un objetivo en sí misma, ni un recurso humorístico como en Deadpool, sino el salvoconducto que permite aprovechar la restricción de edades del público para afrontar, en palabras de Mangold, una película verdaderamente seria y dramática, que además resulta que va de superhéroes. O más bien su negación, empezando por romper con su estética, a la que venían abriéndose poco a poco los mutantes, pero apoyándose a la vez en el retrato de su decadencia en el cómic: la diezma mutante de “Dinastia de M” y la tenue esperanza de “Complejo de Mesias”, el retroceso del factor curativo y el look de “La Muerte de Lobezno”, el refugio canadiense y los sabuesos de la saga original de “Días del Futuro Pasado”, y por supuesto, la pérdida de fe de un Lobezno retirado de sí mismo y el lenguaje de la road movie de “El viejo Logan”. Pero las diferencias son igualmente significativas, con un Logan que no ha encontrado un verdadero hogar ni dejado atrás la violencia, y cuyo declive es en primer lugar físico, recordando casi tanto al relato de su caída por Paul Cornell. Su mundo tampoco es tan postapocalíptico, heredando las persecuciones de Mad Max pero quedándose mucho más dolorosamente cerca de nuestro presente, máxime con su sobrevenida parábola migratoria tras la elección de Donald Trump, trasplantando más bien el esquema de Hijos de los Hombres al Homo Superior. La paradoja es que, dándole la espalda al resto de la franquicia, le ha devuelto a los mutantes su Destino Manifiesto.

No todos los superhéroes visten de licra.

 

Lobezno inmortal ya descartaba el factor curativo, pero sólo para potenciar la sensación de peligro en las escenas de acción, mientras que Logan cumple finalmente la profecía de Yukio. Tampoco responde a ningún complot externo, sino al simple desgaste. Mayor es aún el peso de la derrota y la culpa, aunque trasladándola en gran parte a “El Viejo Xavier”, enterrado en vida en el opuesto absoluto a Cerebro. Podemos conectar el envenenamiento por adamántium y el del paladio en Iron Man 2, el retiro de El Caballero Oscuro: La Leyenda renace o hasta la pérdida de fe de Hancock, pero ninguno de ellos cayó de una de manera tan demoledora. El gran acierto de Logan es arrasarlo todo menos sus personajes, con unos enormes Hugh Jackman y Patrick Stewart y una construcción y retrato de personajes, desde el libreto, absolutamente inacostumbrados en el género, integrando además Stewart la herencia de James McAvoy. Cuanto más rehúye Mangold de la épica, más nos duele su miseria. Y su destino, porque los han hecho completamente suyos a lo largo de estos diecisiete años, hasta el punto de remodelar a su imagen el mismo icono del cómic. Le basta una sola película para ponerse a su altura a una increíblemente debutante Dafne Keen, madrileña para más señas, que con una única aparición en la serie española Refugiados, se alza como digna heredera de la saga cinematográfica decana de Marvel.

Puede clonar la trama de ocho de los anteriores nueve capítulos de la franquicia, llámese Alkali, Essex, Amix, Stryker, Shaw, Worthington o Arma X, cualquiera que sea el grado de parentesco de la venganza del científico de turno y cuánta carne de cañón, o garra, interponga como entre medias. Al menos, Richard E. Grant no se molesta en hacer pasar a Zander Rice por supervillano y Boyd Holbrook resulta carismático, aunque no sea Donald Pierce ni los Cosechadores cabrían realmente en el contexto de la peli. Puede también que Dientes de Sable mereciera cerrar la historia de Lobezno, tanteándose de hecho a Liev Schreiber durante la fase de cásting, en lugar de disfrazar metafóricamente de él a Hugh Jackman, algo que ya hizo mejor Christopher Reeve. Y por supuesto, que haya un suero milagroso (otro préstamo de “La Muerte de Lobezno”), para poder cumplir el discutible mandato de una batalla final. Es, en definitiva, todo lo convencional que se quiera, bajo su barniz de amputaciones y lenguaje malsonante, como película de acción y como adaptación.

Desarrollos previos de la base Alkali y una Laura adolescente.

Afortunadamente, Logan no va de nada de eso. Xavier no es Ojo de Halcón, su viaje tampoco es una buddie movie, ni conduce a ningún renacimiento. Ni siquiera es una peli de superhéroes con niño. Nunca te tocará Calibán en un Happy Meal. No es una película de estudio, pero tampoco cine de autor. Sólo de personajes. Se lo juega todo a construir una familia imposible. Y lo consigue, cuando Laura aprende a darle por fin la mano a su padre.

El director, James Mangold, entre Hugh Jackman y Dafne Keen

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