Daredevil: El hombre sin fe
Acompañamos el final de la primera temporada de Daredevil: Born Again en Disney+ con nuestra reseña de su predecesora última temporada de Daredevil en Netflix, de 2018, en la sección de Daily Bugle: Edición Cine de Marvel Age #41 (mayo de 2019).


El superhéroe más humano que habíamos leído nunca, fue también el primero en romperse, cuando un primerizo Frank Miller derrumbó a Matt Murdock bajo el peso de la tragedia y sus propias contradicciones, durante su histórica primera etapa en Daredevil, de 1979 a 1983. Para volver a dinamitar triplemente su mundo en “Born again”, “Amor y Guerra” y “Elektra Asesina”, el mismo 1986 en que los superhéroes se habían hecho adultos de repente. Mientras la nueva propietaria de Marvel, New World Pictures, descartaba su borrador para un telefilme del Diablo Guardián en favor de su olvidable aparición en El juicio del Increíble Hulk (1989), y Miller se despedía de sus amantes malditos en Elektra Lives Again, en 1990, y traducía finalmente su frustrado libreto de vuelta al papel en la miniserie “El Hombre Sin Miedo”, en 1993.
Que Daredevil optara en su momento de mayor esplendor por la pequeña pantalla, denota las mismas limitaciones que condujeron a The Punisher. El Vengador (1987) directamente al videoclub. Pero pueden ser sin embargo su mayor valor en un mundo de iconos, perfilándose como el personaje idóneo para quebrar definitivamente la coraza de aquellos, gracias a su nivel callejero, la herencia de Miller como personaje de culto, y su menor presión comercial dentro de los pesos pesados. Aunque el género haya tardado treinta años en alcanzarle. Destacando particularmente el proyecto cinematográfico de Miramax en 1999, por impulsarlo un Kevin Smith que ya calzaba los zapatos de Miller en el relanzamiento de Marvel Knights (Marvel Must Have. Daredevil: Diablo Guardián); y paradójicamente por su bajo presupuesto, teniendo en cuenta que lo hubiera dirigido un especialista en montar grandes producciones de acción sin apenas recursos como Robert Rodríguez, de camino hacia la Sin City del mismo Miller (2005). Sobre todo cuando el mayor nivel de producción de la definitiva versión de New Regency (vía Fox), en 2003, tampoco alcanzó a emular visualmente el Spider-Man de Sam Raimi (2002) pero pudo reducir el margen de riesgo que hubiera necesitado para dar ese paso adelante como adaptación, para saldarse con un homenaje tan devoto como equívoco, que pretendió redimir a Daredevil a través de la muerte de Elektra, inversamente a la caída del original.




El género se enfocó principalmente en los grandes blockbusters, cediendo su clase baja a la esfera independiente desde el final de la saga Blade (2004) y tanteando apenas Fox en los últimos tiempos la media, con Logan (2017) y ambas Deadpool (2016 y 2018). Un nuevo espacio de calificaciones “R” que ha diversificado definitivamente el género, pero que inauguraron en 2015 las series Marvel de Netflix. El cambio de medio conlleva cierta limitación presupuestaria a la hora de ponerse más superheroicos, componiendo la alineación más urbana posible para paliarlo. Si bien, una cosa es superponer sus agendas para que se relacionen entre ellos, como hiciera Brian Michael Bendis en Alias y Daredevil, sobre la base de los Héroes de Alquiler; y otra que conformen realmente una franquicia, mirando en su integración más hacia el modelo cinematográfico de Los Vengadores, sin sus recursos, que al cómic. Al coste de diluir a la baja las mitologías de La Mano y el Puño de Hierro, igual que al mismo Bendis no le bastó con otorgarle el carnet de Vengador a un solitario que sigue saltándose los eventos.
Si bien, todas ellas se vienen replegando sobre sí mismas tras Los Defensores, ya sea por su desgaste creativo o previniendo una futurible ruptura de Marvel y Netflix a causa del próximo lanzamiento de Disney+. Con una gran diferencia: Daredevil se dirigía desde su mismo comienzo hacia una historia del peso de “Born Again”, como ya anticipaba el propio epílogo del crossover. Claro que también se esperaba que regresaran sus showrunners, Doug Petrie y Marco Ramírez, remplazados finalmente por Erik Oleson, quien le imprime un enfoque más realista a la serie, afirmando irónicamente haber aprendido en su anterior puesto como productor ejecutivo de Arrow “que los trajes de superhéroe no se ven igual de bien a la luz del día”. A cambio refuerza lo que sí tiene: acción, trama y desarrollo de personajes. Auto imponiéndose el mandato de no introducir ninguna escena de lucha que no represente una nueva faceta o dilema moral para su protagonista, lo ponga verdaderamente en riesgo y revista consecuencias. Sacrificando en suma formalmente la fantasía comiquera para adentrarse sin embargo en su fondo, como quizá no hayamos visto nunca en una serie de cómics.


Partiendo de una historia tan bien construida en origen, más la alargada sombra de Miller sobre estos mismos personajes, Oleson puede ampliarla tanto con giros propios como con posteriores iteraciones de otros autores, tan recientes como el paso de Daredevil por “Pecado Original” o tan sorprendentes como “Spiderman: De vuelta al negro”. Hasta que caes en que la clave está en el desenmascaramiento, para trazar una versión alternativa, más que extendida, que el lector pueda reconocer sin llegar a predecir. Con la dificultad añadida de que los aficionados no sólo aceptemos ninguna variación sobre una obra cumbre, sino introducirnos más allá de la comparación en ella. Ya contábamos por ejemplo con el “El Diablo en la Galería D”, de Ed Brubaker, como punto de partida desde que vimos a Wilson Fisk en la cárcel en la segunda temporada. Pero no imaginábamos que llevara todo este tiempo posicionando meticulosamente a sus peones, trazando una densa trama coral que se presenta pausadamente al principio, pero que poco a poco comienza a orbitar progresivamente más y más rápido en torno a la omnímoda figura de Kingpin. Hasta alzarse como un villano absoluto antes siquiera de activar su plan, resolviendo por fin los crónicos problemas de ritmo que conlleva el efecto “maratón” de Netflix.


Una telaraña de corrupción que el showrunner vincula con el espejo distópico de su anterior trabajo en El hombre en el castillo, aterrándonos porque nos reconocemos en las debilidades en sus víctimas. Y ahí es donde siempre ha radicado el muy imperfecto heroísmo de Matt Murdock. Si bien ya no orquestará directamente su caída, retrotrayéndonos la segunda muerte de Elektra hasta el final de la primera etapa Miller. Que al fin y al cabo también se saltó en su momento la treintena de números intermedios, construyendo similarmente Oleson como un todo orgánico su arquitectura de referencias. Fisk adopta de este modo como su brazo ejecutor a Bullseye, saldando la última gran cuenta pendiente de la serie pero travistiéndolo de Diablo Guardián por Ann Nocenti, y reemplazando con el desequilibrado Poindexter de Miller al demente que también disfrazaba Melvin Potter en “Born Again”. Es más discutible que no se restituyan sus verdaderos uniformes para el enfrentamiento final, salvo Kingpin, ya completo de blanco. Quizá porque no pretendía ser tal final, sorprendiendo su definitiva cancelación por Netflix a la sala de guionistas cuando preparaba ya la cuarta temporada.
Pero como diría su verdadero protagonista… “no hay cadáver”.
- 14 abr 2025
- TBO en pantalla