Capitán América. Civil War: El efecto dominó

Con motivo del estreno de Capitán América; Brave New World, mientras preparamos su próximo podcast, repasamos nuestra reseña de la anterior entrega del Centinela de la Libertad em Daily Bugle: Edición Cine, publicada originalmente en Marvel Age #6 (junio de 2016).

Toda vez que la próxima Guerra del Infinito desbordará el ámbito vengativo, Los Héroes más Poderosos de La Tierra se trasladan a la anterior franquicia disponible, ratificando el Capitán América su definitivo ascenso, hasta mirar de tú a tú al verdadero "Primer Vengador". Un crossover interno que sólo suma, siendo editorialmente Civil War el evento más importante de la historia de Los Vengadores y la historia moderna definitiva del Centinela de La Libertad. Y un terremoto similar para el Universo Cinemático.

El control gubernamental aún parecía una parodia burocrática en 1979.

Llegamos, en palabras del Presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, al final de la trilogía del Capitán América. No sabemos quién portará la próxima vez el escudo, pero aquí se invierte más que transmite su legado. El páramo siberiano en el que duerme Bucky Barnes como el Soldado de Invierno refleja la tumba ártica de Steve Rogers. Un juego de espejos del que fue muy consciente Ed Brubaker al traerlo de vuelta al cómic, pero que los guionistas de las tres entregas del Capi, Christopher Markus y Stephen McFeely, han tenido la oportunidad de transplantarlo de origen, convirtiendo inéditamente a Bucky en el protector de Steve previamente a su transformación, y subrayando más su hermandad que el trauma de su muerte. Para cruzar ahora sus respectivos papeles, como ha confirmado Sebastian Stan que planeaban desde el principio. Por eso es el Capi quien titula el crossover, renunciado al versus, porque bajo todos los debates, complots y superbatallas, el centro emocional de la película es simplemente salvar a Bucky.  

Es asimismo un nuevo capítulo para Los Vengadores. Los propios directores, Joe y Anthony Russo, consideran sus dos películas del Capitán América como los primeros capítulos de una misma saga, que continuarán ellos mismos en el futuro díptico vengativo de La Guerra del Infinito [la segunda entrega posteriormente rebautizada como Infinity War], que también escribirán Marcus y McFeely. Apoyándose en las secuelas de La Era de Ultrón, si bien el debate de la supervisión de los superhéroes se remonta a la negativa de Tony Stark a poner a disposición del gobierno en su segunda cinta individual la tecnología de Iron Man. Los Vengadores van por libre desde la caída de SHIELD en El Soldado del Invierno, hasta que una creación personal del mismo Tony provocó el desastre de Sokovia. Justificando de paso su actitud de entonces, que no parecía encajar con el final de Iron Man 3, pero culmina ahora una evolución sin precedentes en el género, con el permiso de Hugh Jackman, hasta intercambiar completamente su posición de partida con Steve. A estas alturas, puedo llegar a imaginar otros Capitanes u Hombres de Hierro, pero ya no una Civil War sin Chris Evans ni Robert Downey Jr.

Nuestro amistoso vecino se cambia de barrio.

La paradoja es que el brazo ejecutor de dicha supervisión sea quien convirtió Harlem en la primera zona catastrófica superheroica en El Increíble Hulk: el general, devenido en Secretario de Estado, Thaddeus Ross. Dicha contradicción se omite en aras de la accesibilidad, pero no deja de evidenciar la hipocresía de un mundo  demasiado parecido al nuestro, en el que ni los iconos se pueden permitir no hacer concesiones. Ross viene a restaurar la memoria un tanto olvidada de la franquicia individual del Coloso Esmeralda, quién sabe si como preludio de su regreso o como mero reemplazo de una Maria Hill demasiado alineada con Nick Furia. Más parece un Henry Peter Gyrich, cuando obliga a Los Vengadores a firmar o retirarse, presentando Los Acuerdos de Sokovia como el equivalente Cinemático del Acta de Registro de la “Civil War” del cómic, aunque poniendo más énfasis en el control de los superhéroes que en sus prácticamente inexistentes identidades secretas, y bajo jurisicción de Naciones Unidas en lugar de estadounidense. Pero cuando el bando del Capi opta por no firmar ni retirarse, saltamos al peor lado de La Iniciativa, cuando no del Reinado Oscuro. Y ahí sí reconocemos el viejo Trueno, por mucho que el ahora Secretario Ross se esconda tras una corbata.

Incluso un androide, y toda una generación de lectores, pueden llorar.

El Universo Cinemático es un gran circo que acumula ya trece pistas, compartiendo en gran medida los hermanos Russo el mérito de mantener tantas bolas a la vez en el aire, con la consistencia del libreto de Marcus y McFeely. El más difícil todavía es la  presentación y aún el desarrollo de dos personajes tan dispares como Pantera Negra y Spiderman, acuerdo con Sony mediante, introduciendo sus propias franquicias pero sirviendo primeramente a la presente. O si el parche arácnido es algo más descarado, desarmándonos con una adaptación esencial, que no literal, del Trepamuros a este nuevo mundo que se ha ganado el derecho de jugar con sus propias reglas. Sobre todo tras emanciparse Kevin Feige de Ike Perlmutter y Spidey de Avi Arad. Recordando que el reclamo de Los Vengadores son los grandes emblemas de la editorial, pero su espíritu lo marcan sus secundarios. Y por fin reconocemos a Ojo de Halcón, ahora que Stark le ha devuelto su espacio, además de viajar hasta mis viejos tebeos de Roy Thomas con Visión y La Bruja Escarlata.

La diferencia más sustancial respecto al evento original es sustentar el conflicto sobre el complot de una maquiavélica pero muy libre versión de Helmutt Zemo. Un giro especialmente arriesgado tras el precedente de El Mandarín, que parece a punto de diluir el debate al poner las cartas sobre la mesa, pero que consigue elevarlo por el contrario a imprevistas cotas emocionales, al hacer aún así responsables a los héroes de sus propios actos. Y dejar el escenario resultante al margen del villano: que el Imperio se derrumbe desde dentro. Los mecanismos de su plan pueden resultar en algún momento demasiado convenientes, pero ésa ha sido siempre la esencia de Zemo, y no dejan de ser en todo caso lógicos y de articularse a partir de elementos preexistentes. Aunque se requiera la memoria de Uatu para recordar detalles tan remotos como los titulares que Zola le mostró a Steve en El Soldado de Invierno, o de qué color era el suero del Supersoldado. Que se une por cierto a ciertas partículas que adquirió recientemente el mismo destinatario. Una posible conspiración todavía a medias… de la que no se puede descartar a cierta agente doble, si nos atenemos al precedente de Los Libertadores [porque en 2016, todavía sospechaba que adaptaran la traición de la Viuda Negra Ultimate].

Vengadores desunidos.

En contra de los augurios de que los universos compartidos matarían el cine, Capitán América: Civil War demuestra en definitiva que una verdadera narrativa cruzada es posible. Obviando por externas (y sangrantes) las manifiestas conexiones con Batman v Superman, esquiva la desestructuración de Vengadores: La Era de Ultrón o en su día Iron Man 2, sin sacrificar la trama como Los Vengadores, ni mucho menos el espectáculo. En el relevo de Joss Whedon, tal vez perdamos en celebración de la maravilla lo que los Russo ganan en cercanía a la realidad. Lo que les convierte respectivamente en los directores ideales para unir, entonces, y desunir, ahora, a Los Vengadores. Ni siquiera tratan de ocultar cierta nostalgia de cuando Jon Favreau nos prometió que llegaríamos aquí, o cuando Whedon nos hizo creer por primera vez en la magia, asumiendo nuestra propia pérdida de la inocencia a través de los héroes. Aquellos dos jóvenes de Brooklyn quedan ya muy lejos, pero siempre podemos volver a empezar en Wakanda, o en Queens.

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